lunes, 8 de marzo de 2010

Despertar

Esta mañana me ha despertado un alarido desgarrador. En pijama, sin gafas y descalza he recorrido los escasos pasos que me separan de la habitación de mis hijos. Tras una rápida mirada (la adrenalina es muy buena para la vista, porque no he notado la ausencia de mis lentes hasta más tarde), he constatado que ninguno de mis hijos estaba en inminente peligro de muerte por:
a) Asfixia.
b)fractura de cráneo.
c)hemorragia masiva.
d) cualquier otro de los miles de peligros que acechan en una inocente habitación infantil.
Casi descalabro yo a Alejandro por el ímpetu con el que he abierto la puerta, a punto he estado de sacarla de sus goznes. Tras unas sutiles indagaciones (¿Qué cojones está pasando aquí? Y ¿A qué viene tanto alboroto a estas horas de la madrugada?) he averiguado que a consecuencia de una molesta interrupción de su hermano, Carlos le había tocado. ¡Qué atrevimiento y osadía en un niño de su edad! con razón el otro gritaba... Tras una suave reprimenda (el próximo que grite por una tontería no sale de casa hasta los treinta años) me he vuelto a acostar.
Tras el desayuno, hemos añadido una nueva regla de obligado cumplimiento al reglamento familiar:
Queda terminantemente prohibido a partir de este momento y en lo sucesivo que ningún miembro de esta familia toque a otro en ninguna circunstancia, salvo razones de fuerza mayor, sin el expreso permiso de la autoridad pertinente (es decir, yo).
A ver si puedo dormir más de tres horas seguidas por noche.

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